Este año celebramos el bicentenario de la proclamación de la Constitución de 1812. Dos circunstancias excepcionales provocaron el protagonismo de dos islas en el sur de la Península Ibérica (la Isla de León primero y más tarde Cádiz) que organizadas como una unidad complementaria sirvieron de base a las reuniones de los primeros parlamentarios españoles.
La excepcionalidad se encontraba tanto en la ausencia del monarca, "secuestrado" en Francia, como en un enfrentamiento bélico que enfrentaba al invasor francés con una espontánea y precaria alianza de los españoles opuestos a la monarquía postiza de José I ayudados por el, hasta poco antes "enemigo", ejército británico.
Asediados por los franceses, setenta mil inquilinos de las dos islas olvidaron su condición de súbditos para ejercer de ciudadanos.
En los fastos de la celebración se ha obviado, probablemente de manera intencionada, el análisis de la participación popular en los acontecimientos. La ciudad de Cádiz a comienzos del siglo XIX ya era de por si una urbe excepcional. La presencia de un activo comercio, no sólo con América sino también con el resto del mundo, había propiciado la llegada de productos pero también de ideas y de personas de una gran variedad de etnias, religiones y costumbres que habían permitido una mentalidad diferente a la imperante en el resto del Reino. Es probable que en ese ambiente acontecimientos como la Revolución Francesa habían provocado una cierta atracción empática. Además esa amplia presencia de gentes de otros mundos permitía una valoración si no positiva al menos no negativa del concepto extranjero. Esa habitualidad para acoger a gentes ajenas al devenir cotidiano de la ciudad facilitó la llegada de los refugiados que huían de los invasores por lo que adaptación fue sumamente rápida incluso para compartir un espacio físicamente escaso. Sublimados por la situación, y probablemente sabedores de sus coordenadas históricas, los pobladores del sitio se sintieron protagonistas de un gran cambio. Incluso los que catalogaban de auténtica locura cuestiones como la división de poderes o la soberanía popular, aceptaron sentarse en los dos primeros hemiciclos de la historia de España, un teatro de la Isla de León y una Iglesia de planta elíptica de Cádiz.
Influenciados por una amplísima información, manifestada por una auténtica avalancha de periódicos, panfletos y otros documentos salidos de las imprentas gaditanas, los asediados no quisieron permanecer como simples espectadores y desarrollaron fórmulas de participación paralelas a las que los diputados realizaban en el Oratorio de San Felipe Neri. De manera informal los cafés se convirtieron en lugar de comentarios, lectura de prensa y modelos de discusión.
La reunión del Café de Apolo, en la plaza de San Antonio, formalizó unos estatutos y una organización directiva que permitió una amplia presencia en la vida cotidiana. Gaditanos y asilados de extracción burguesa configuraron unas "cortes chiquitas" que fue secundada por otra reunión en el cercano Café de Orta ubicado en una plazuela del mismo nombre en la actual calle Valverde. Conocidos como Junta de los Patriotas, fundamentalmente artesanos, como el zapatero gaditano Justo Lobato, participaron de estas animadas tertulias en torno a las discusiones de las vecinas Cortes de Cádiz. Ambas conjuntamente participaron en manifestaciones como las producidas tras la negativa de las Parroquias a informar desde los púlpitos de la abolición de la Inquisición.
En las reuniones de los cafés las mujeres, al igual que en las Cortes, no podían participar. Aprovechando los amplios salones de algunas casas gaditanas se organizaron tertulias que eran patrocinadas y tuteladas por personajes como Frasquita Larrea y Margarita Pérez de Morla. Ambas se convirtieron en las eficaces anfitrionas de reuniones de los bandos serviles y liberales respectivamente, con animadas charlas que debieron servir de cauces para la formación y la trasmisión de las ideas de una manera más distendida y menos acalorada que en las sesiones del Oratorio.
En noviembre de 1811 se constituía la JUNTA PATRIÓTICA DE SEÑORAS DE FERNANDO SÉPTIMO DE CÁDIZ. "Una gaditana" publicaba en el Redactor General del 9 de agosto de 1811 un artículo realizando un llamamiento para lograr dotar a los ejércitos españoles de vestuarios y complementos adecuados para lograr una mejor defensa frente a los invasores. Engracia Coronel junto a otras señoras dieron los pasos oportunos para la creación de esta Asociación que contó con el apoyo de la Regencia. En la sesión inaugural la arriba mencionada promotora expresaba el carácter democrático de la asociación, cada mujer un voto que justificaba de la siguiente manera " ...todas somos iguales en voto y representación, porque nos reúne un propio espíritu, un idéntico deseo, y una misma satisfacción". Gaditanas y forasteras, de extracción social muy amplia incluyendo a aristócratas, esposas e hijas de comerciantes, artesanas, y amas de casa se organizaron aprovechando la división de la ciudad en 17 Barrios. Estimaron que tres de ellos eran excesivamente grandes y los fragmentaron en dos creando 20 unidades diferentes encargándose de cada una de estas dos asociadas o comisarias. Pronto además fueron solicitando donaciones vivienda por vivienda y a través de cartas las solicitudes se fueron ampliando a las ciudades y pueblos que iban quedando liberadas de las tropas francesas y también recibieron donaciones de las colonias de ultramar.
En sus tres años de existencia destaca la elaboración de vestimentas y complementos (zapatos, morriones,...) además de sábanas y almohadas para los hospitales, sacos, ... realizado tanto por sus manos como por profesionales de la costura a los que encargaban las labores más especializadas. Pero si algo llama la atención de esta Sociedad, regida y diseñada exclusivamente por mujeres,fue su transparencia publicando en periódicos y documentos impresos por la propia Junta unas detalladas cuentas de ingresos y gastos.
En 1815, estimando finalizados los objetivos por los que se había creado remitieron al Ayuntamiento un memorial que acompañaba con unos anexos sobre sus actividades que se guardan en el Archivo Municipal. Informaban también de su intención de disolverse entregando al rey un donativo de quince zurrones de añil. Fernando VII, instalado ya en sus posiciones absolutistas, agradeció la donación y concedió a sus asociadas un brazalete de oro en el que estaba grabado la cifra de Fernando VII y el lema "A la Junta Patriótica de Señoras de Cádiz".