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martes, 31 de octubre de 2017

FALDILLAS AMARILLAS SERIES Nº 1 y 2

Aunque no dispongo de ninguno de los ejemplares de la Serie 1 y soló tengo los ejemplares nº 3 y 4 de la Serie 2, deduzco que debieron empezar a imprimirse en 1957. Siguiendo ORIENTAPRECIOS de Todocolección he podido encontrar seis ejemplares de animales para la Serie Nº 1 y otros seis ejemplares para la Serie Nº 2 con el tema NIÑOS. Los dos que tengo de la Serie 2 son en forma de díptico con las 2 páginas centrales el santoral día por día de cada mes a la manera de los calendarios franceses. Sin embargo la mayoría de los que he encontrado en Todocolección son los clásicos españoles de anverso y reverso con los doce meses y los días numerados de cada mes por semanas.

 SERIE 1 Nº 1
 SERIE 1 Nº 2
SERIE 1 Nº 3
 SERIE 1 Nº 4
 SERIE 1 Nº 5
SERIE 1 Nº 6

 SERIE 2 Nº 1
 SERIE 2 Nº 2
SERIE 2 Nº 3
 SERIE 2 Nº 4
SERIE 2 Nº 5
SERIE 2 Nº 6



Los dos que tengo de la serie 2 se corresponden con los números 3 y 4. Como se puede observar, son del año 1957 y en vez del clásico de los doce meses por semanas y días numerados aparecen con el modelo utilizado por los calendarios franceses de santoral listado por meses.

domingo, 22 de octubre de 2017

ACADEMIA DE BELLAS LETRAS DE CÁDIZ, 1804

Asociaciones gaditanas (XI).- ACADEMIA DE BELLAS LETRAS DE CÁDIZ, 1804

                       
Portada de los Estatutos manuscritos de la Academia que se encuentran en la Biblioteca Municipal.
 Como nos narraron algunos de los viajeros que visitaron la ciudad, la creación de centros de enseñanza superior y de otras instituciones intelectuales a lo largo del setecientos favoreció la existencia de iniciativas particulares propias del espíritu de La Ilustración. A medio camino entre las ansias de conocimiento y del placer esnobista, varias casas gaditanas acumulaban en sus estancias desde antigüedades hasta auténticos gabinetes de historia natural. El gusto de la época por todo aquello que fuera motivo de coleccionismo (libros, obras de arte, máquinas y herramientas, muebles, fósiles, armas, relojes …) reflejaba la influencia que el movimiento ilustrado ejercía en parte de la población.

En este ambiente, no es de extrañar que se constituyese durante el año 1804 una corporación literaria a imitación de la Academia Sevillana de Buenas Letras (en funcionamiento desde mitad del siglo anterior). Encargada la redacción de sus estatutos a uno de sus fundadores y, después de las correspondientes modificaciones realizadas por el resto de los académicos, estos fueron aprobados a  finales del mismo año, adoptando el nombre de Academia de Bellas Letras de Cádiz.  La elección del adjetivo  no fue casual. “Bellas Letras” era el término preferido por los franceses y utilizado para el grupo filológico que integran la Gramática, la Poesía y la Historia, frente al calificativo de “Buenas Letras” que abarcaba un espacio cultural más amplio que incluía por ejemplo las Ciencias.  El nombre no sólo marcaba diferencias con la Academia sevillana sino que reconocía el prestigo literario que Francia poseía en aquellos años.

La simple lectura de sus estatutos nos muestra el prototipo de una corporación ilustrada. Es claramente significativo que el redactor de su articulado fuera un religioso, concretamente fray Manuel María de Lavaviedra, que aplica perfectamente el ideario de defensa de la religión y el trono como los pilares fundamentales de la entidad. Ya en el primer capítulo, incluso antes de establecer el nombre y objetivos, seis artículos establecen una jugosa declaración de intenciones de lo que pretende ser la Academia. Comenzaba implorando el auxilio divino (“el Todo Poderoso Supremo Ser de todas los seres”) para que alumbre con sus luces los conocimientos e inflame las voluntades de los académicos en las obligaciones que habían contraído con  la religión y el estado pues era el “Santo Temor de Dios” el fundamento de toda sabiduría. La corporación se amparaba bajo la protección de la Inmaculada Concepción, cuya imagen deberá estar presente en la cabecera de la sala donde se celebren sus juntas.

Retrato del Rey Carlos IV
            Las características solicitadas de los académicos incluían tanto aspectos cristianos (“el santo temor de Dios o la caridad mutua”) como otros puramente ilustrados  (la unión, la paz, la modestia) y, por supuesto, el respeto a las determinaciones, por este orden, de la iglesia y del estado. Igualmente deberían sobresalir en el respeto y veneración de aquellas personas que -por derecho divino, natural y humano- son merecedoras de su homenaje. Añadiendo aspectos incluso de conducta como la docilidad, el buen modo, la quietud  y la fuga de compañías malas y viciosas. Los estatutos también encargaban a los académicos la defensa de la monarquía “como mandato que es de Dios, y siempre ha sido la felicidad de nuestra España, razón que debía provocar el amor al monarca y a su familia que manifestarían tanto en sus estudios, como en sus deseos y en sus oraciones. Igual celo se les solicitaba para mantener la pureza de la religión católica, no sólo con una adecuada práctica, sino también convirtiéndose en   “los más fuertes rivales de la impiedad y libertinaje de nuestros días, no sólo huyendo de las conversaciones de los falsos filósofos, sino atacándolas con el buen ejemplo, cuando no puedan con  razones poderosas”.
El segundo capítulo organizaba a sus miembros dividiéndolos en tres clases. Los de número no podrían ser más de doce y además de formar parte por serlo de la junta de gobierno, elegirán de entre ellos a la dirección. Los cargos directivos o empleos eran también tres. El director, un secretario, y el censor que formaban una junta particular que tenía atribuciones para tratar asuntos menores.   Cualquier joven de talento y buenas costumbres podía  ser miembro de méritos, siempre y cuando lo solicitase por escrito y fuese aceptado por la junta de gobierno por mayoría de votos tras un primer informe positivo de la junta  particular. Los de méritos, además de no tener un número limitado, no participaban en la junta de gobierno y, por tanto, tampoco en la dirección. Cuando quedaba vacante una plaza de numerario optarían a la plaza presentando su candidatura. La Junta particular trasladaría esta solicitud a la de gobierno que aprobaba cubrir la vacante sólo cuando obtuviese al menos la mitad más uno de los votos.

            La tercera clase eran los denominados honorarios y en ella se incluían a aquellos que, por su instrucción en cualquier rama de la literatura eran acreedores de ingresar en la Academia,  por sus ocupaciones no podían participar de una manera continuada en ella. Ellos mismos decidirían su grado de colaboración con la sociedad y, como premio, estaban exentos de pagar cuota. Para ingresar en esta clase existían dos vías. La primera, ser presentado por un numerario y aprobado por mayoría en junta de gobierno. La segunda, participar como integrante del jurado que censuraba las obras presentadas a los concursos literarios de la entidad. El resto del articulado de este segundo capítulo establecía las sanciones por faltas y los puestos que debía ocupar cada académico en las juntas  “pues de lo contrario se alteraría la formalidad que debe observarse en semejantes establecimientos como una de las bases de su subsistencia, y se originarían disgustos y desazones que consumirían el tiempo, y entorpecerían los progresos”.

            El tercer capítulo definía las funciones de cada empleo y, en el caso del director, incluía también sus cualidades, que quedaban resumidas en estos cuatro adjetivos: “talento, actividad, celo y patriotismo”.  Estos directivos lo serían por un año, pudiendo ser reelegidos. Éstos nombramientos se realizarían en la primera junta que se celebrase tras el día de la patrona, es decir, en diciembre, suspendiéndose las reuniones semanales hasta año nuevo -periodo que serviría para la entrega de cargos y funciones. Las elecciones se realizarían el día señalado con la presencia de académicos de número y de méritos que depositaban sus preferencias en la “votadera”.  A continuación el secretario realizaba el escrutinio y publicaba los votos. En el caso de que alguno de los candidatos no hubiese obtenido la mitad más uno de los sufragios se repetía la votación eliminando al que tuviera menor cantidad. Una vez terminada la elección, el director saliente daba posesión al entrante, y éste al censor y al secretario .
            
Los capítulos cuarto y quinto establecían las normas que regían las juntas. Estas se celebraban semanalmente y tenían una duración de hora y media. En la primera hora se tratarían los asuntos literarios, alternándose temas de retórica y de poesía; no excediendo ninguna de las explicaciones del espacio de treinta minutos.  Previamente el director habría designado a los académicos que juzgase a propósito para tales menesteres y era la propia corporación la que había acordado qué autores deberían asumirse para esas mismas intervenciones. Alcalá Galiano añade que, tras las disertaciones, se realizaba un comentario y por último se procedía a la lectura de composiciones ligeras, normalmente en verso. La media hora final de la sesión se dedicaba a los denominados asuntos económicos que, por definición estatutaria, era “lo que sin ser literario sea útil para la Academia”.

            Cada seis meses la entidad convocaba un certamen por oposición entre todos sus miembros, tanto de número como de mérito. En cada uno se concedían dos premios de igual valor, uno de retórica y el otro de poesía. El más solemne, probablemente el más cercano a la Inmaculada, se dedicaba al honor de la patrona, considerándose por tal motivo certamen mayor. Por tal motivo, se diferenciaban las recompensas. El ganador del que se consideraba premio chico, recibía una obra selecta de buena impresión o bien un retrato de un varón ilustre de la literatura u otra cosa equivalente. Si un académico ganase tres premios chicos seguidos, la segunda vez se le daría doble recompensa de la ofrecida y la tercera, además de la recompensa propuesta, una medalla de oro. En los premios en honor de la patrona el premio sería de mayor valor aunque sin especificar, siendo igualmente ampliados si se conseguían consecutivamente. En la segunda vez se imprimiría la obra ganadora y en la tercera se haría un retrato al académico, que se colocaría en la sala de juntas.
Señalado el tema y la recompensa, la Academia fijaba el día en que las obras debían encontrarse en poder del secretario. Los trabajos debían presentarse sin nominar al autor, con un lema que debía de aparecer en la primera hoja  y en  la parte exterior de un sobre cerrado, en cuyo interior se incluiría el nombre del académico que lo  presenta. En el mismo día que se realiza la convocatoria, el censor  propone a seis individuos de talento, erudición e imparcialidad, de entre los cuales se elegían, por votación, a tres que actuarían como jurado. Entregadas con una numeración realizada por el secretario, cada uno de ellos por separado expresaría en un papel bajo cubierta la que juzgasen como ganadora.

            Para la entrega del premio se convocaba a una sesión  pública, admitiéndose no sólo a los académicos sino también a las personas de carácter que deseasen acudir. En el certamen chico el director lanzaba una arenga al autor al entregarle el premio, mientras que en el premio de la patrona un académico designado por el director ofrecía un discurso en elogio de la obra ganadora, que era leída a continuación, siguiendo después la adjudicación del premio y la lectura por el secretario de la historia de la Academia.

Dibujo de Francisco Solano que murió en Cádiz en trágicas circunstancias al comenzar la Guerra de Independencia acusado de afrancesado. 
            Conocemos los temas obligados de un certamen del año 1804, en poesía se trató de la “Invectiva contra el fanatismo” y en prosa la “Utilidad moral de la tragedia”. La Academia contó con el apoyo del entonces gobernador de Cádiz, Francisco Solano, aunque no tuvo una  buena acogida entre el resto de la población.
Retrato de Antonio Alcalá Galiano cuando fue nombrado por Narvaez Ministro de Fomento.
 Como nos recuerda Alcalá Galiano en sus memorias, los académicos llegaron a ser objeto de burla para la mayor parte de los gaditanos, siendo considerados como "ridículos copleros”. El mismo autor reconocía las limitaciones de la juvenil academia que quedaba muy alejada de su modelo sevillano “estando compuesta casi exclusivamente de jóvenes de corta instrucción, cuyo único mérito era atender a materias literarias en Cádiz, ciudad en aquel tiempo rica y floreciente, pero donde la literatura ni brillaba ni privaba”.
                       
            Al final de los estatutos firmaron los nueve académicos que tenían tal naturaleza el día de su aprobación, considerándose por tanto como fundadores. Además del mencionado Fray Manuel María de Lavaviedra redactor de los estatutos, otro clérigo, Fray Luis de Santiago y Visso, firmaba como secretario interino.  El resto de la nómina era, sin diferenciar entre socios numerarios y de méritos, Josef de Rojas, Francisco de Paula Urmeneta, Ignacio María Fernández del Castillo, Juan de Dios Aguilar, Josef Vicente de Mier, Josef Antonio Ferrer y Mariano Lasaleta. Al parecer, su intención era emular a la corporación que había ya fenecido en Sevilla con el título de Academia de Buenas Letras.
Foto de José Joaquín de Mora
                       
            Entre los participantes, además del mencionado Alcalá Galiano,  destacaron en sus juntas literarias, el hijo primogénito del conde de Casas Rojas, y el también gaditano José Joaquín de Mora. Otros personajes que en la primera mitad del siglo XIX tuvieron un importante peso específico en las letras y la política de España colaboraron con la Academia enviando sus composiciones. 
Francisco Martínez de la Rosa llegó a ser Presidente del Gobierno.

Es el caso del entonces niño prodigio granadino Francisco Martínez de la Rosa, antiguo compañero de José Joaquín de Mora en el colegio San Miguel de Granada, que recibió por su participación el título de académico honorario. Los temas de conversación más usuales eran los literarios, pero a veces se hablaba de noticias como la campaña de Napoleón  "llegando el atrevimiento sólo a punto ser lícito manifestar ya afecto, ya desafecto al conquistador glorioso". El inicio de la Guerra de la Independencia en 1808 acabó con la actividad de la Academia que ya se encontraba en plena decadencia al faltar de Cádiz varios de sus integrantes.
                       
Aún en 1812,  el recuerdo de su existencia fue motivo para solicitar su reorganización en las páginas de los periódicos gaditanos. Se aducía como momento oportuno, precisamente por la concentración en la ciudad de un buen número de importantes hombres de la literatura española

jueves, 19 de octubre de 2017

HERMANDAD DE OPERARIAS DE LA FÁBRICA DE TABACOS 1859

Asociaciones gaditanas (X).- La Hermandad de Operarias de la Fábrica de Tabacos de Cádiz 1859



Foto de finales del siglo XIX con la muralla prácticamente pegada a la Fábrica de Tabacos



 La Real Fábrica de Tabacos de Cádiz fue creada por Felipe V en el año 1741. Parece ser que ya existía con anterioridad una industria tabaquera en la ciudad. En principio la actividad se desarrolló en un caserón que existía en la zona donde se ubica actualmente el edificio de la Diputación Provincial. En un principio la manufactura ocupaba a un total de 180 operarias. A finales del siglo XVIII  se trasladó la Real Fábrica a la calle Rosario.

A pesar de que ponga Sevilla es la calle Plocia de Cádiz aproximadamente en 1911.
En el año 1829, el ayuntamiento cedió al Estado el edificio de la antigua alhóndiga para su establecimiento, lugar donde tuvo funcionamiento hasta la década de los ochenta del siglo XX para pasar a unas nuevas instalaciones en la Zona Franca. La Fábrica de la calle Plocia se convirtió en Palacio de Congresos y Exposiciones. La fachada principal de ladrillo visto forma un conjunto muy típico de los edificios industriales del siglo XIX. En el frontón de la entrada una placa de mármol con la inscripción Fábrica de Tabacos rematado con el escudo de Cádiz. Este frontón es de menor altura que el resto del edificio y divide al conjunto en dos cuerpos simétricos. 

La fachada es sobria en cuanto a decoración. . Hay una placa que renueva el compromiso de la ciudad con la fábrica. Y debajo está el primer reloj eléctrico de la ciudad, que fue visitado a su paso por la ciudad por el mismísimo Thomas Alva Edison. Sobre la puerta principal se conserva el escudo barroco de la fábrica de 1741 realizado en mármol blanco.



 Madoz, en su Enciclopedia Geográfica, nos ofrece una estadística que sitúa, mediada la década de los cuarenta del siglo XIX, a 1.224 mujeres y 65 hombres trabajando en dicha industria.  Igualmente informaba de la creación por las operarias de “un pequeño banco de socorros para los casos de enfermedades o jubilaciones, y consiste en dejar cada una 4 rs. Vn. al mes de su sueldo, con cuya suma reunida atienden a los gastos de medicinas, sueldos de 3 médicos, sangrador, sanguijuelas, socorros pecuniarios, etc., etc. Este convenio es tanto más útil para estas desgraciadas, cuanto que, siendo el jornal que ganan muy corto, apenas les alcanza para el alimento preciso, y tendrían que ir, cuando caen enfermas, a un hospital o pesar sobre la caridad pública”.



Con prestaciones muy semejantes, y probablemente como continuidad de la comentada por Madoz, encontramos desde 1859 referencias de una Hermandad de Operarias de la Fábrica de Tabacos. Mediante una cuota mensual, suministraba "en sus enfermedades asistencia facultativa, los medicamentos necesarios, sangrador y sanguijuelas, baños y leche de burras, facilitándose además un socorro a las que se encuentren en un estado grave; en caso de fallecimiento se las costea el entierro por la hermandad, dándoselas la caja y media sepultura y abonando a sus familias 200 reales de vellón". Tuvo existencia hasta 1866.


jueves, 12 de octubre de 2017

ASOCIACIÓN DE CERVANTISTAS 1874

Asociaciones gaditanas (IX).- Asociación de Cervantistas (1874)

Ramón León Mainez fue el auténtico alma mater del cervantismo gaditano. Ya en 1867 expresaba a través de la prensa una doble forma de honrar la figura del autor del Quijote. De una parte, la edición de una publicación periódica en torno a esta relevante figura y, de otra, la creación de una asociación que recordase su vida y su obra.   



El 7 de octubre de 1871 se publicaba por primera vez  un cuadernillo denominado Crónica de los Cervantistas, que se subtitulaba como “única publicación que existe dedicada al príncipe de los ingenios”. El 23 de abril del año 1872 se conmemoró el aniversario de la muerte de Cervantes con una celebración religiosa en la Iglesia de Santiago, a la cual siguió una velada en la casa de Adolfo de Castro. Además de diversas intervenciones literarias se solicitó que la fecha fuese declarada fiesta nacional, y se volvió a tratar sobre la creación de una academia cervantista. En 1874, cuando se  conmemoraba el 258 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, se constituyó  la Asociación de Cervantistas presidida por Francisco Flores Arenas. Tuvo su sede, en principio, en el Instituto Provincial y, luego, en el número 4 del Arco de la Rosa.


A partir del año 1875 observamos la nominación expresa de la Asociación en la edición en las veladas músico-literarias, que tomaron un carácter institucional cada 23 de abril, aniversario de la muerte del escritor. La publicación de la Velada de 1875 incluía este precioso grabado con el retrato de Cervantes.


 En el año 1877 la Asociación publicó la obra de Ramón León titulada Vida de Cervantes. Ese mismo año la velada anual del 23 de abril incluyó un concurso literario que fue duramente criticado por Adolfo de Castro, alejado ya de la asociación.  En octubre de ese mismo año fallecía el presidente Francisco Flores Arenas, que es sustituido por Romualdo Álvarez Espino, conocido krausista, que imprimió un nuevo carácter a la Asociación.

La fiesta del año 1878 fue organizada conjuntamente por los cervantistas y la Academia Gaditana de Ciencias y Letras, que había aprobado sus estatutos el 19 de mayo de 1876. El lema escogido para la velada manifestaba el comienzo de un larvado enfrentamiento con los que creían exagerado tal veneración por el manco de Lepanto: "¡ Gloria Eterna a Cervantes¡. ¡Confusión y mengua eterna a sus detractarores¡"
La propia Crónica de los Cervantistas recogía algunas de las respuestas a las críticas vertidas por algunos autores, que estimaban desmedido el afán por la exaltación del llamado Príncipe de los Ingenios.


En 1879 se dejaba de publicar el órgano oficial de la academia cervantista. Se demostraba el abandono que, progresivamente, sufría esta corriente cultural en beneficio de otra que elevaba a Calderón de la Barca a los altares cuando se acercaban los preparativos del bicentenario del fallecimiento de este último. La intelectualidad española de la Restauración, como sucede a menudo en nuestro país,  hacía un uso efímero de las conmemoraciones para favorecer su propio lucimiento. Es significativo que fuese también 1879 el último año  en el que aparece una referencia de la asociación en las Guías de la ciudad.

sábado, 7 de octubre de 2017

GREMIO DE EXPENDEDORES DE VINOS Y LICORES, MAS CONOCIDOS COMO DE LOS MONTAÑESES (1803)

Asociaciones Gaditanas (VIII).- Gremio de Expendedores de Vinos y Licores, o de los Montañeses.
Foto de la familia Fernández Ruíz en su establecimiento de Ultramarinos de Cádiz

La prosperidad alcanzada por Cádiz durante el siglo XVIII, tras el traslado de la Casa de la Contratación desde Sevilla,  sirvió de elemento de atracción sobre múltiples poblaciones cántabras que se encontraban durante la Edad Moderna en una amplia crisis económica. Progresivamente los cántabros fueron mopolizando los trabajos relacionados con la venta minorista de productos básicos de alimentación que completaban en un mismo espacio con la venta de vinos y licores. Esos establecimientos fueron conocidos como Ultramarinos y solían ser regentados por los llamados "montañeses". El efecto llamada provocó un importante éxodo que llegó a introducir en el lenguaje gaditano la palabra "chicuco" para definir al aprendiz de ese gremio y dentro del vocaburio cántabro el término "jándalos" para denominar a los cántabros que habían emigrado hacia el Sur y que normalmente regresaban a sus municipios para pasar el comienzo del verano. Antes de la presencia del ferrocarril  los documentos hablan de que los viajes desde Cantabria hasta Cádiz eran realizados a pie.

"Uniforme" habitual de los trabajadores de los Ultramarinos con bata color gabardina y cinturón del mismo color. Algunos calzaban las típicas albarcas de madera, zuecos utilizados en el norte de España.
En 1973 una chirigota gaditana denominada "Los Chicucos de Villacarriedo" incluía en su tipo elementos de su vestimenta. 
La abundancia de la colonia cántabra propició a comienzos del siglo XIX la formación de una organización gremial que uniese a sus integrantes. El proceso de la legalización del Gremio de Expendedores de Vinos y Licores, que duró casi treinta años, supuso no sólo una muestra de la  constancia de sus miembros sino también la historia de los vaivenes  legislativos que durante el primer tercio del siglo XIX padeció esta fórmula de corporación socio-profesional.  Más conocido como gremio de “los montañeses”, por el origen cántabro de la mayoría de sus asociados, sabemos que inició su proceso de aprobación  en el año 1803  cuando enviaron al  entonces gobernador militar y político de Cádiz  sus ordenanzas. Estas, fueron devueltas el 4 de junio para su reforma, y una vez realizadas  nuevamente enviadas a la misma autoridad. El gobernador elevó las normas el 5 de agosto al Consejo de Castilla  con el siguiente informe:
                                        
Cantonera de esquina de hierro con referencia al Ultramarinos Los Tres Reyes de Quintin González, calle Cervantes- Vea Murguía
   
"Se hallan libres del contagio general que produce toda agremiación, haciendo exclusivo entre cierto número de individuos el comercio, las artes ó la industria. Los daños que causan las visitas domiciliarias no tienen algún lugar, y en ellas se ven sembrados los mejores principios de equidad y justicia con que pueden ser gobernados sus individuos que los redima de la ruina que causan los pleitos; y el gobierno á  la primera vista tiene en caso necesario las ventajas a que dio origen el empadronamiento en general,  bajo cuyo concepto les dirijo a V.E. para que el Consejo se sirva determinar lo que estime conveniente acerca de su aprobación”.


Como se indica en la introducción de la publicación de sus ordenanzas, en enero de 1805 el Consejo de Castilla remitió las ordenanzas a la Real Audiencia de Sevilla que solicitó información a los interesados, pero la lentitud burocrática debió ser tan amplia  "que no llegó el caso de realizarse sin duda á motivo de la guerra de la independencia, y convulsiones políticas ocurridas en el Reino". Todo ello además se complicó por el fallecimiento de los encargados de gestionar el expediente.
Restos del anuncio de un Ultramarino en Cádiz.
Debió tener actividad aún sin tener aprobados los estatutos pues hemos encontrado una referencia a su restablecimiento tras el trienio constitucional. Pero no fue hasta el 18 de mayo de 1832  cuando inició de nuevo el proceso de legalización presentando nuevas ordenanzas ("por las que dejando sin efecto las anteriores han procurado sujetarlas a los usos y costumbres bien admitidos, y fijar por  observancias sencillas del gobierno interior  del gremio, contando además las desavenencias á que de lugar la falta de ellas").

La respuesta esta vez fue más rápida, informando la Real Audiencia de Sevilla favorablemente el 5 de diciembre de 1832 y  el Consejo de Castilla el 8 de febrero de 1833.  Poco después fallecía Fernando VII, y se iniciaba con la regencia de su esposa María Cristina el proceso de desarticulación gremial. El  gremio de los montañeses de Cádiz incluía entre sus miembros a los "cabezas de familia; los dueños, proveedores y factores de los almacenes; y los demás que hasta ahora han vendido efectos de carbón, azeite (sic), vino, vinagre, aguardientes y licores" que como puede observarse amplia el título original a un sector como es las tiendas de ultramarinos o de "chicucos" que dentro de la ciudad de Cádiz quedó en manos de los cántabros al menos desde el siglo XVIII y que continuó, aunque  en evidente retroceso, hasta nuestros días.
           

                     
Publicidad de Ultramarinos Casa Vergara en libretos carnavalescos.

La dirección del gremio estaba encabezada por un apoderado o diputado mayor, contando además con cuatro diputados,  un tesorero, un celador, un secretario y cuatro apreciadores. Todos los cargos eran anuales, excepto el de apoderado y el de diputados que eran bianuales. Sólo se permitía la reelección del apoderado siempre que obtuviese al menos tres cuartas partes de los votos, y esto sólo por una vez. Se establecía también un sistema de control de los cargos, eligiéndose anualmente ocho "conciliarios" eventuales para tomar las cuentas de la mesa.   


El número de cántabros mayoritariamente relacionados con el comercio al por menor de alimentos y vinos, continuó siendo muy elevado durante los siglos XIX y XX. En 1913 fundaron en el Barrio de San José el Centro Cántabro, lugar donde todavía se ubica. Además de favorecer el contacto entre su numerosa colonia, sirvió de lugar de colaboración patronal y edificaron una Casa de Salud que sirvió como mutualidad sanitaria para sus afiliados. En la foto fachada actual del Centro Cántabro, por desgracia no he logrado ninguna foto antigua de la preciosa finca de la entidad.









jueves, 5 de octubre de 2017

SOCIEDAD FOTOGRÁFICA DE CÁDIZ (1863)

Asociaciones Gaditanas (VII).- SOCIEDAD FOTOGRÁFICA DE CÁDIZ
Fotografía de la Iglesia del Carmen realizada por una expedición por Rafael Castro. 1862

El 18 de febrero de 1863 se estableció en el estudio del fotógrafo Eduardo López, en el número 1 de la calle Comedias (Feduchy actual) segundo izquierda,  la primera Sociedad Fotográfica creada en España sobre este nuevo arte. Tres días más tarde los diez socios fundadores discutían y aprobaban en el mismo lugar sus estatutos, que fueron inmediatamente presentados al gobernador civil. El correspondiente informe del Consejo, que por entonces se encargaba de asesorar a la primera autoridad provincial,  fue favorable, haciendo la salvedad de que todavía la Sociedad no contaba con el número de socios exigidos por ley.


El objeto de la entidad era “estimular la afición al arte y conocer los progresos que éste haga tanto en España como en el extranjero”. Dividía a sus socios en residentes, transeúntes y corresponsales, éstos últimos estaban exentos de cuota tanto de entrada como mensual. Sus integrantes se obligaban a presentar mensualmente una prueba fotográfica,  y la asociación se reservaba la promoción de sus afiliados otorgándoles medallas de plata y cobre.

Su primera directiva estuvo compuesta por el abogado Pedro de la Sierra Villar como presidente, el también letrado Manuel Roche como secretario contador,  como tesorero el comerciante Francisco de la Viesca, integrando también la junta  Matías Seco, jubilado, José Fernández de Celis, propietario, José Requena, oficial del cuerpo de administración, y los fotógrafos profesionales Manuel Villet  Díaz, el ya nombrado Eduardo López y José Abeille Nal y Eduardo García Chicano. Precisamente, el  estudio conjunto que compartían estos dos últimos fotógrafos en la calle Duque de Tetuán (Ancha) nº 12  pasó a convertirse en el domicilio de la Sociedad a partir de finales del mismo año 1863. Mantuvo correspondencia con una asociación semejante de la ciudad francesa de Marsella y con el director y el redactor del periódico parisino Monitor de la Fotografía.

Libro de Rafael Garófano en facsimil ejemplares de EL ECO DE LA FOTOGRAFIA
Desde comienzos del mes de noviembre del año 1863 la Sociedad gaditana publicó un periódico mensual propio bajo el título de El  Eco de la Fotografía. Hemos podido consultar la casi totalidad de los aparecidos en el primer año de su publicación observando como gracias a la colaboración de sus asociados, se incluyeron artículos que incidían en los aspectos tanto teóricos como prácticos de la fotografía.  Destacaron las aportaciones de sus fundadores Manuel Roche, José Fernández de Celis, Francisco de la Viesca y José Nal, además de los de dos nuevos y prolíficos socios  Manuel Simo, corresponsal de Jerez que acudió a algunas de las sesiones quincenales de la asociación, y Francisco de Selgas, corresponsal de Madrid, que se incorporó como colaborador a partir del número 4 dentro de una denominada “Sección de Provincias”.  Otras veces se incluyeron artículos aparecidos en otras revistas, como la madrileña  El Propagador de la Fotografía, las francesas Revue Photographique, Le Moniteur de la Photographie y Boletín de la Sociedad Francesa de la Fotografía  y la belga Boletín Belga de la Fotografía.

Muralla de Cádiz por la actual Alameda hacia 1862

El interés de El Eco de la Fotografía  radica no sólo en la interesante aportación de la Sociedad gaditana a la divulgación de este nuevo arte. Como su Boletín Oficial  nos ofrecía, aunque con mucho retraso, información de la propia vida asociativa. Periódicamente aparecía un extracto de las reuniones realizadas de las que deducimos la existencia de juntas quincenales, que se celebraban los días primero y quince de cada mes. En estas sesiones, además de dar conocimiento de la admisión de nuevos socios, se conocían las pruebas fotográficas realizadas por sus miembros. Los estatutos obligaban a los socios a presentar una prueba mensual, que debió ser una tarea dificultosa sin nos atenemos a los continuos llamamientos realizados por el presidente. En la sesión del 15 de junio de 1863 se presentaron por primera vez las pruebas exigidas, ofreciendo siete afiliados sus trabajos. En la misma sesión el presidente expuso la conveniencia de omitir la calificación de las pruebas para evitar disgustos a aquellos que no se viesen recompensados suficientemente, declarando por ese motivo en suspenso el artículo 35º de la normativa interna.
La Plaza de San Juan de Dios hacia 1860 con el Mercado todavía sin derribar.
Favorecieron también la participación de sus socios en las grandes exposiciones internacionales aprobando imprimir una circular acerca de la que se iba a celebrar en París. Se adhirió igualmente al propósito de la revista madrileña El Propagador de la Fotografía para celebrar una exposición de fotografía española en Madrid, iniciando una suscripción que abrió con una aportación propia que no encontró amplios apoyos.  Aprovechando los viajes de dos de sus miembros a Paris y Madrid, concretamente de José Nal y Francisco de la Viesca, realizaron sendas memorias dónde manifestaban que, ni en la  entonces capital de la cultura y del arte europeo, ni en los gabinetes madrileños, observaban grandes novedades con respecto a lo que se hacía en Cádiz.

De la lectura de El Eco de la Fotografía podemos deducir también el espacio que la sociedad española dedicó a este nuevo arte. En su primer número los redactores anunciaban los beneficios que la fotografía iba a proporcionar tanto a las ciencias como a las artes. Comparándolas con las edades del hombre, consideraban que la fotografía se encontraba en la infancia, en donde se busca más la distracción y el entretenimiento, y que se empezaba a notar la adolescencia en cuanto se comenzaba a aplicar su utilidad. Después de alabar a la Física y a la Química como las dos ciencias que se convierten en el fundamento del nacimiento de la fotografía, expresaban que los gobiernos de las naciones verdaderamente civilizadas habían estimulado su estudio, ofreciendo premios y privilegios a los que realizasen avances en la nueva técnica, además de incorporar su enseñanza en los planes de estudio.
El conflicto entre la fotografía y la pintura, que provocó en Francia el nacimiento del Impresionismo, tuvo también sus repercusiones en España. En Cádiz parece ser que la Academia de Bellas Artes ejerció una actividad protectora, admitiendo en sus exposiciones las pruebas de los aficionados a la fotografía. No debió ser igual el trato que se dio en Madrid, pues El Propagador de la Fotografía se quejaba de que no se dedicase ni siquiera un reducido espacio en el edificio destinado a la Exposición de Bellas Artes. El Eco,   al analizar dicha situación, expresaba que, efectivamente, en España se seguía manteniendo la idea de que para captar una buena imagen sólo se requería poseer un objetivo y conocer unas cuantas fórmulas sobre las manipulaciones concernientes al cristal y a la tirada de los positivos, pero achacaba gran parte de culpa a los propios aficionados, que no habían sabido, o más bien no habían querido formar, sociedades para elevar su voz al Gobierno ante semejantes injusticias.
El Campo del Sur y al fondo la catedral 1858 A. Gaudin
Justificaban el asociacionismo, además, como una forma de romper el aislamiento del fotógrafo en su gabinete mediante la ampliación de conocimientos, gracias a que en las juntas se habla con libertad de lo que se ha leído y se ha practicado. También la asociación suponía un estímulo al confrontar sus obras con las de sus compañeros. El seguimiento de su existencia nos lleva hasta 1866, año en que declaraba tener socios corresponsales en Sevilla, Córdoba, Madrid, París y Santiago de Cuba.

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PRESENTACIÓN

Mi Fournier más antiguo es del año 1953. Concretamente uno de Cinzano. En total tengo 12 de esa década. De 1955 uno de Hispano Olivetti. De 1956 dispongo uno religioso de Nuestra Señora de las Lágrimas. De 1957 tengo además de la misma Virgen otro de Santo Domingo Savio. El mismo santo lo repito en 1958 junto al primero de los que editó CAJA POSTAL.
De 1959 tengo 5: CAJA POSTAL, ANTICARIOL, BRANDY FELIPE II, BRANDY GALEÓN y MARIA AUXILIADORA.

FOURNIERS DE LOS CINCUENTA

FOURNIERS DE LOS CINCUENTA
Cinzano 1953